DIGNIDAD

martes, 30 de noviembre de 2010

DIEZ DÍAS DESPUÉS

No hemos tardado demasiado en encontrarnos Mateo y yo, aunque no esperábamos que pasara, como sucedió ayer por la mañana en el Interfacultades de la Universidad de Zaragoza, antes que en Tauste. Esa fría o gélida mañana.

Esta madrugada, mientras contemplaba la nieve que caía blandamente mientras tosía sin cesar mientras escribía… os estoy contando que Mateo disfrutó y mucho de la celebración del día 20 pasado. Es verdad que le une casi todo conceptualmente al concepto del que hablé en la anterior entrada, al que alude a esas gentes de las que hablé entonces. Es verdad. Pero no lo es menos que el enorme gozo con el que vive sus días desde “el día” tiene mucho que ver con aquélla que mencioné apenas, la organizadora del acto. O una de ellas.

Hacía mucho frío y ambos habíamos rematado los asuntos que nos habían llevado al mencionado recinto. Así que nos fuimos a tomar un vino a un bar por el Paseo de Teruel –y yo una croqueta de jamón también-. El bar creo que se llama o se llamaba Cervecería Resacas y tiene una característica: hay dentro un fotomatón… seguramente por estar al lado de la comisaría, ésa en la que tantas colas veo a menudo formadas por personal que va a hacerse o renovarse el carné de identidad o el pasaporte.

Ya para entonces me había hablado de que la celebración había sido muy emotiva. Habían recordado que Federica Montseny, cuando supo que ese día 20 había muerto Buenaventura Durruti, lloró. Yo le dije que recordaba que, quizás en “La Clave”, su secretaria -o ella misma, no sé- dijo que también había llorado cuando, considerando que era necesario, tuvo que hacerse cargo 15 días antes del Ministerio de Sanidad, en contra, en parte, de su ideario. Así que los conflictos íntimos influían y de qué manera, en semejantes conflictivos momentos. Fue un noviembre triste aquél, el del 36, para más de un anarquista. Y para tantos otros, claro. Permanecía Mateo caviloso a cuenta de esto, según me parecía, como ausente. Cuando volvió a estar conmigo, me dijo que la vida es una insignificancia en el contexto mundo. Es decir, que, suponiendo que uno es tan afortunado que es conocido –y conoce- a unas 6.000 personas, la inmensa mayoría de la humanidad no es que no te conozca, es que ni sabe, ni sabrá jamás siquiera, que existes. O sea, al 0’0001 % nuestra cara le resulta familiar, le suena, en fin, que sabe que existimos. El 99’9999 % no tiene noticia de que seamos uno de los que competimos con ellos por meter oxígeno para ir tirando… me aclaró que esto venía a que la vida ni dura mucho ni tampoco es para tanto lo que sucede en ella. Así que lo mejor es no malemplearla, dedicar tiempo y esfuerzo a la felicidad, a lo positivo, a mejorar, y no a desgraciárnosla. O sea, sus cavilaciones acerca de lo insignificante de la vida no eran pesimistas en modo alguno.

Nos pasamos luego, pues había quedado allí con Lola –así se llama su correligionaria- para ver una exposición titulada “Tierra y Libertad. Cien años de anarquismo en España”, en el Palacio de Sástago. La vi el día 12 yo. Y tuve la suerte de acoplarme a un grupo al que le explicó la exposición una mocica que allí estaba para eso. Y de que dentro del dicho grupo hubiera un hombre, hijo de un cenetista que vivió la guerra, que añadía cosas a las que decía la guía. Así que, aunque no me dijera mucho nuevo todo aquello de la exposición, entre lo entrañable que me resultó –quizá precisamente por eso, por serme muy conocidas las más de las cosas que contó la moza- y lo que de forma personal añadió aquel hombre, salí bien a gusto. Y os lo recomiendo, os recomiendo que os acerquéis sin dilación, pues que el día 8 se acaba. Me ha gustado Lola. En todos los sentidos. Antes de entrar ellos, aún hemos charrado una miaja, con enjundia, a pesar del momento presentacional. Decía Lola, que tiene hijos y Mateo no, que, pensando en lo de llorar la Montseny, lo mismo que si hablamos de llorar cualquier adulto que conozcamos, sin dudar asociamos el lloro al dolor, al dolor que ha provocado el llanto. Si nos atenemos a eso, y contando con que los niños lloran mucho a lo largo de la infancia, podemos colegir que eso significa que durante ese tiempo, al contrario de lo que solemos decir, incluso de la propia infancia en muchos casos, es un periodo en el que no se pasa tan bien. Es cierto, muy probablemente, que la persona infante sea tan despabilada que se cure, que se haga fuerte, olvidándose rápidamente de los momentos malos, pues podrían perjudicarle, o arrinconándolos. O sea, quedándose con lo aprendido, que es mucho y es bueno hacerlo, y mandando a paseo, o al baúl de algún desván, lo que ha ido haciendo daño… Yo, la verdad, no lo sé, les dije, una vez Lola hubo planteado todo eso y Mateo parecía estar de su parte. Yo no he pensado tanto tan rápidamente. Tendré que hacerlo… aunque, ya llevé así todo el día, recordando las infancias de mis hijos… no sé, quizá Lola tenga razón y los Piaget, Vygotsky y toda esta peña no tanta.

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