DIGNIDAD

jueves, 2 de diciembre de 2010

LAS GANAS...

Esas cosas, las ganas, fallan a veces. Fallan, o se acaban, se gastan, se consumen. Al menos algunas, algunas ganas.

Hace unos días empezamos a ver que se estaba levantando una polvareda como consecuencia de algunos cambios en la ortografía del castellano. Hubo muchas personas que se cabrearon por diferentes motivos. Y los enfados procedían de personas muy diferentes. De académicos de la lengua en diversos países. Había, también, argumentos de variado jaez, tanto en pro como en contra, de unos o de todos los cambios propuestos. Mi posición, aun existente, era tibia. Quizás aparentemente. Quizá, latentemente, permaneciera en guardia y presto a la acción. De todas maneras, es verdad que, como muchos otros, discrepaba -y discrepo, con argumentos- de no pocas cosas de las pretendidas y anunciadas. Lo que pasa es que hube tomado la decisión de acatar lo que se ordenare, en determinados foros, y de hacer lo que considerare en otros. De ahí la apariencia de tibieza de mi posición.

Hoy no voy a hablar de las modificaciones anunciadas. Aunque tenga que ver, en cierto sentido.

A eso de las seis de la mañana, mientras desayunaba, teníamos la tele puesta y veía un telediario. En la pantalla aparecía un señor, con cara de estar muy cabreado, director de un periódico colombiano, acusando no sé si a Uribe o a Santos –he llegado tarde a la noticia, sorry-, que ha dicho, textualmente: “… el cúmulo de pruebas acumuladas…” Me ha recordado a mi padre, cuando me decía de pequeño, para definir la Historia: “Es la sucesión de los sucesos sucedidos sucesivamente”. Mi padre jamás ha dirigido un periódico en español. En esloveno tampoco. Y aquello que me decía, salta a la vista, lo decía jocosamente. No era en serio. Era para pasar el rato bien. Para que nos riéramos. Total, que se me ha vuelto a hacer presente algo que leí el otro día acerca del tema del que he empezado a hablar, el de la ortografía, y lo he buscado y encontrado. Al principio, una vez lo leí, y a pesar de que me disgustó mucho, pensé dejar la cosa así. Sin embargo, me he dado cuenta de que no, de que no debo hacerlo: no quiero permitir que se vayan de rositas algunos, que vivan con impunidad sus tropelías, que lo son, al fin y al cabo. Del artículo que cito quiero extraer la frase siguiente: "Es una nuevaOrtografía de la lengua española nacida desde la unidad y para la unidad". El uso de la preposición desde de esa forma resulta chocante y ha sido muy criticado. Por ejemplo, el paisano Fernando Lázaro Carreter, en su obra "El dardo en la Palabra", en la página 52 -si se accede al libro de la edición de la primavera de 1997- da cuenta de los desmanes que se venían produciendo, por aquel entonces en los foros políticos, respecto al desacertado uso de la preposición aludida; y Álex Grijelmo, en su obra “La gramática descomplicada”, viene a decir lo mismo: dice que entre los políticos españoles se ha extendido el uso de desde donde correspondería con. (En este caso, podría decirse: … nueva Ortografía de la lengua española nacida con la unidad como origen y destino o intención… o qué sé yo, pero no como lo pusieron). Y no son políticos, sino lingüistas, si no de oficio, de vocación. Además, como puede verse en el artículo, la frasecita de marras figura, reza, en el acta de la reunión. O sea, que ya está revisada y aceptada.

Esto sí que es para cabrearse. Esto y, como se dice al final, que revisen la Ortografía cuando no hace sino once años que salió la anterior. ¿Qué quiere decirse con esto, que velan por nuestra lengua con tal celo que han de sacar cada once años una o que se han dado cuenta del craso error cometido en aquélla y ha sido de tal enjundia que no se ha podido corregir con un anexo o adenda? ¿O, quizá, para justificar su existencia, han querido publicar, para así poder vender, ahora que llegan las navidades, otra obrica, lo mismo que el pasado año se hizo con la “Nueva gramática de la Lengua Española”?

Así pues, como puede verse, mi tibieza se acabó. Porque no se nos puede exigir el mayor nivel posible de corrección en el uso de la lengua a quienes no lo tenemos como profesión, pero a quienes con “menudos humos” nos reprochan nuestras carencias, por supuesto que sí.

No les afeo desconocimientos, sino conductas: la prepotente que tan insufrible les hace ante los normales. Como decía al principio, hay ganas que se acaban. A mí, desde luego, se me han agotado las ganas de aguantar la tontería, la chulería. Y esas ganas no son de las que tenga pensado reponer: además de que de ellas me parece que no andaba sobrado, no son las que me parecen más útiles, precisamente.

De paso, y aunque no llegué a ver el comentario anulado por mi admirado bloguero Miguel Gato, como parece que pudiera tener sentido decirlo aquí, me solidarizo con él. Es todo lo mismo: la tontería, la tontolabez, la tontolculez, la chulería, la cobardía… ya está, ¿no?