DIGNIDAD

jueves, 6 de octubre de 2011

LAS VACACIONES (¡POR FIN!)


Me priva el ajedrezado jaqués

Aún ando por el Mediterráneo –hoy me he bañado en la playa la Savinosa, que me ha encantado por cierto-, entre Tarragona y Barcelona estos últimos días. Pero, antes de entrar a contar conversaciones y viajes y escurrimientos, me referiré a un algo que leí de Pérez-Reverte y que me extrañó no poco. No me sorprendió su tono, que me pareció desmesurado e histérico, vehemente y grosero, incluso desacertado por ampuloso y soez. No, ya he observado en alguna ocasión esa traza en sus escritos, traza que me hace pensar que, quizá, tenga, guarde o acopie tanta amargura que no le quepa y se le desborde. La sorpresa me viene dada por el aspecto de ser académico de la lengua quien comete deslices de bulto en lo que le concierne como tal. Escribió una frase que dice: “… sicarios a sueldo o por la cara”. Me llamó la atención, pues entendía yo que sicario significa asesino asalariado, cosa que comprobé merced al diccionario de la Real Academia de la Lengua. Por tanto, aun pareciéndome excesivo el término y aunque se pueda justificar como metáfora y licencia de escritor, es, sin duda, una redundancia decir “asesinos asalariados a sueldo”. Y un error, por tanto, que unos asesinos asalariados lo hagan gratis, por cuanto asesinos asalariados son las dos partes inherentes de “sicarios”, sin que pueda soslayarse ninguna de las dos, so pena de referirnos a otra cosa. Aún hay más abajo, en el mismo escrito, otra equivocación, según yo lo entiendo: dice algo acerca de lo que vale un café, refiriéndose a su precio. Y creo que Cervantes dijo algo así como que es cosa de necios confundir valor con precio. Es decir, si es al precio de una cosa a lo que nos referimos, habremos de decir que cuesta, no que vale. No sigo más. Parece que “Patente de corso”, como título de su columna, viene que ni pintado a sus modos, aunque ignoro quién le ha conferido semejante autoridad.

Y ahora voy a lo que me apetece, que es lo que me interesa y que es a hablar acerca de mis recientes viajes, que han sido disfrutes en sí y todas y cada una de las etapas. Habré de hacerlo de manera rauda o somera o resumida: ha sido mucho.

El finde que empezó el 9 de septiembre nos fuimos, desde Tauste, a pasarlo por donde nace el Ebro. Descubrí cosas y sitios que tengo al lado y que desconocía. Y a los que volveré. A La Lora, por ejemplo, le tengo cierto apego desde que, en el Sancho Abarca, estudiaba la Geografía de primero y aprendía aquello que empezaba: “Burgos tiene al norte la comarca de la Lora, tierra de páramos y de pastos, su centro es Sedano. Tiene yacimientos hulleros…” La cuadrillica -11 adultos y cuatro menores, geniales todos- ayudó, y mucho, a que el fin de semana fuera inolvidable, denso, simpático, agradable y pleno. En fin, insisto, volveremos.

El siguiente iniciamos el itinerario vacacional. Lo hicimos con calma, parándonos a ver Medinaceli, que merece la pena, dicho sea de paso, y pernoctando en Madrid: el sábado, día 17, teníamos la cita para visitar la exposición de Antonio López en el Thyssen. No hubo desperdicio. Obtuve tantas experiencias y sensaciones y enseñanzas, que di por intensamente aprovechadas las vacaciones, sólo con eso.

Y el domingo, a Málaga. A Capuchinos. Estuvimos allí, aprovechando el tiempo, disfrutando de primos y tíos y amigos –nos faltó gente por ver, aunque vimos mucha-; visitamos la finca de La Concepción, que Pepa no conocía; y el C.A.C., como siempre, donde nos sorprendió un tal Guillermo Pérez Villalta, uno de cuyos trabajos, “Artista creando una obra”, vimos días después en “La piel que habito”; nos encontramos con Pepi Pedraza, algo inesperado y muy agradable, y con el Bob –Manué-; pateamos mucha Málaga y, en fin, me “enmalagueñé” y me “mediterraneé” todo lo que pude. Fue entrañable todo, e intenso y tranquilo y agradable, incluidas, claro está, las coquinas y demás delicias que degustamos.

El 24, treinta y tantos años después, nos encaminamos a donde estaba esperándonos mi amigo Luis, Luis Manuel Garrido Gámez, a San José, en Almería. Fue muy emotivo, muy emocionante. Y mejor, para mí al menos, de lo que hubiera esperado, y eso que hube soñado, durante muchos días antes del reencuentro, buenos augurios. Reencontrármelo, hablar… saber cosas que ahí estaban y nunca habíamos conocido, porque no nos las habíamos dicho, fue sublime. Luis, como vas a leerlo, antes de que te hable –y felicite- por teléfono, que sepas que volver a verte ha sido una de las mejores cosas que me han pasado en mucho tiempo.

Después de esa experiencia de sólo un día –que se repetirá e incrementará en breve-, nos volvimos a Málaga, esta vez a la Axarquía: teníamos que vernos con el Cervantes –mi amigo Miguel, el de la caravana- y Marijose y Mario. Por fin, dormimos en la caravana.

Mateo esta vez no es protagonista interlocutor de mis conversaciones cavilacionísticas. Esta vez, Mateo, te vas a enterar de mis cavilaciones habladas con alguien, que no eres tú, leyéndolas aquí. Mira por dónde. Con Miguel las conversaciones no tienen desperdicio. Una de ellas, de las buenas, fue cuando le dije, con Benamargosa al fondo y sendas cervecicas en primer plano, que habíamos estado en Madrid y que había pensado yo que, a pesar de que dicen algunos que tienen mucha suerte sus habitantes, no es cierto. La mayoría no tiene la cantidad de tiempo ni de dinero que se precisa para aprovechar las ofertas culturales de toda índole o jaez que tanto abundan allí. No perciben, por vivir allí, salarios superiores a los que perciben sus colegas en otros lugares, como sucede, por ejemplo, en Navarra, en según qué puestos de trabajo. Y, en cambio, han de soportar que se manifiesten todos los españoles para cualquier cosa, sean perroflautas, papaflautas, sinflautas… ovejas y perros, incluso. Han de soportar, sin contraprestaciones. En estos últimos tiempos, las manifestaciones más sonoras son las de los docentes de la enseñanza pública. También hablamos de eso.

Aún le dije que me gustan mucho a mí ciertos mercados, por orden alfabético: Atarazanas, de Málaga; Born, de Barcelona –que, por cierto, les está quedando “demasié”-, Central, de Zaragoza, y San Miguel, de Madrid… y me está reventando que usen esa palabra para denominar cosas que molestan a casi todo el mundo. Hay cuatro que están aprovechándose de esta tesitura económica, porque crisis hay, por lo visto, hasta en China, que dicen que es la economía que mejor furula. Y los “señores mercados”, que no son los que he mencionado ahí arriba, se dedican a poner, o a imponer, normas que restringen las posibilidades de bienestar social de manera insoportable. Se están enriqueciendo unos pocos a costa del resto. Es una indecencia que mueran de hambre tantos, habiendo comida para todos, porque está todo esto gestionado “a la tía cipote”, como decía mi buen amigo José Antonio Frías Ruiz. Gestionado para acopiar lujos quienes gestionan… los mercados.

No es que cambiáramos de conversación, seguíamos yendo y viniendo y lo que digo aquí sólo es muestra, que fue más larga y profunda la cosa.

Cuando hablábamos de la Salud y de la Enseñanza, yo dije que el Estado habría de desconcertarse, es decir, que sólo existieran, de cada, una privada y una pública, sin conciertos o medias tintas. Y, siguiendo con el planteamiento, concluimos ambos que no es preciso andarse con explicaciones farragosas para convencer al personal de las excelencias de un concepto –público-: puesto que el fin de la salud y de la educación privadas es la obtención de beneficio material o suntuario, como empresas que son, y el de la salud pública es la salud y el de la educación pública es la educación, lógico es concluir que son mejores, siempre, y por definición, las públicas. Y si, por cierto, se las cargan como pretenden los neocon, los que han provocado la crisis, el señor mercado equis acabaría por encontrarse con un tráiler de su propiedad cargado de oro en un lugar, tipo desierto de Gobi, y no tendría a quién pagar para que le curara, le educara o le alimentara.

Y, en fin, aún nos quedan vacaciones. A Sádaba nos iremos a rematarlas.