DIGNIDAD

miércoles, 17 de octubre de 2012

RUDRAKSHA


Amanece en el Ganges (en Benarés -o Varanasi-)

Bueno, ya estoy de vuelta de mi primer viaje de envergadura. He estado en India durante unos veinte días. En la India del Norte, que es preciso puntualizar eso, bien sabrá por qué quien lo conozca y quien quiera averiguarlo por Internet, por ejemplo.

Me ha resultado impresionante aquello. Aquellas gentes. No ha sido fácil ver malos gestos, malos rollos y no ha sido difícil ver dispares individuos con distintas inquietudes, intereses, intenciones… por palmo cuadrado, que es que allí, en India, la unidad de superficie, cuando se trata de medir densidad poblacional, es ésa, el palmo cuadrado.

Como es bien evidente, no aspiro a mostrar absolutos entendimiento y comprensión de la personalidad del individuo tipo de la India. Sólo pretendo dar a entender cómo interpreté aquello yo, cómo me afectó o cómo procesé lo que iba viendo.

Desde que llegué, todo fue un impacto continuo, un raudal de sensaciones, todas de gran calado, de mucha dimensión emocional, y todas seguidas, sin solución de continuidad. En medio de la vorágine cotidiana, se observa, uniforme, el sosiego, la tolerancia, la calma. Como manto común. Y un abigarrado conjunto de colores, como una eufonía colorista, un sinfín de todo. Cualquier sentido, los sentidos todos, son afectados y sufren una composición que subyuga, que se te lleva: miras, ves, hueles, oyes, tocas y gustas todo, y todo es nuevo y es viejo. Todo junto.

India te toca, te llega… y en seguida te atraviesa, te conmueve, se te cuela hasta todo lo hondo. Y te duele. Dolido te deja. Y dolorido. Todas las personas que he visto son las más amables y cordiales que jamás había conocido. Y generosas.

La mirada de esta gente es a los ojos. Es directa, ingenua y sincera. Y profunda, como observó Paquita, una de las compañeras de viaje.

No puedo, no es éste el lugar, explayarme ni concretar más. Y seguir dando a entender mis interioridades sólo serviría para repetir, aparentemente, cosas, lo que no resultaría sino tedioso.

Todo lo dicho vale para todo el recorrido que hicimos, que ha sido de más de 3.500 kms. Es imposible saber, o siquiera imaginar, cuántas personas, y de cuántas castas, clases sociales, religiones, sectas y cualquier otra clasificación grupal humana que se nos ocurra hacer, habré visto. Y, vuelvo a decirlo, todas, siendo evidentemente distintas en lo individual, se parecen en lo dicho, en eso que me ha conmovido de tal manera. Vuelvo aquí y me encuentro con tres, escrupulosamente tontos, que hablan de “españolizar”, de “catalanizar” y de que los huelguistas son de batasuna… y piensas, sin ánimo alguno de pretender mantener unido todo este personal que, ya hace siglos, se llama España –y no fue creado ni conformado por un decreto de anteayer, ni Cataluña, como parte del Reino de Aragón, fue ajena a su prístina formación, precisamente-, ni tampoco de disgregarlo, piensas, digo, si esos escrupulosos tontos no tendrán ganas de enfrentar, provocando a mansalva, o de ganar la poltrona que otorgan las elecciones -pues lo tenía crudo el Arturito, de no haber tocado la fibra nacionalista de uno y otro signo-. ¿Tan distintos y tan distontos somos, o nos hacen ver que somos, que nos es imposible vivir tres cuartos de hora sin discutir pretendiendo, no ya convencer, sino sólo ganar la disputa? Resulta tan aburrido, superficial y embustero todo esto, que ahora es cuando siento náuseas, no en la India.

Por cierto.